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Inteligencia emocional en tiempos de polarización

Son tiempos de polarización en el mundo. Los promueven vacunas y quienes no las quieren; los que luchan por las causas medioambientales y los que quieren mirar para otra parte para seguir produciendo como antes; los gobiernos de un color y los del otro; las redes sociales repletas de mensajes agresivos y que descalifican y niegan a cualquiera que sea diferente a sí mismos, mientras que con tono de moralidad acusan a sus víctimas de ser intolerantes. Realmente, el mundo alrevés o quizás, el mundo inconsciente y sin espejos de verdad.

La polarización y la incapacidad de ver a las demás personas como iguales y parte de un mismo sistema es, en parte, el permanente problema del ego, esa parte de nuestra mente que quiere inventar un “yo” separado de un “tú” y buscar cercar un espacio que lo sienta propio y de valor, para lo cual busca diferenciarse, alejarse y construir el mundo en oposición, en la eterna lógica de: “yo no soy como tú”. 

Esto que ocurre en nuestra mente y en nuestra vida social y familiar, también se replica en los sistemas mayores, en la sociedad en su conjunto, las instituciones, el sistema global. Es la incapacidad de mirarse a sí mismo con honestidad, para luego poder ver al otro como lo que es: un otro tan legítimo como uno mismo. 

Sin embargo, para avanzar en ese camino hay que ir subiendo peldaños evolutivos. No es llegar y decirlo. Se trata de hacer un viaje interior que requiere dedicación, cojones y ganas reales de mejorar, no de aparentar superioridad. 

Dicho viaje requiere trabajar la autoconsciencia, mirarse, reconocer lo que hay sin esconder o esconderse debajo de la alfombra. La autoconsciencia es el primer pilar en el desarrollo de la inteligencia emocional, y un paso esencial para avanzar al segundo pilar: la autoregulación. 

Esa capacidad de regular nuestros impulsos, de dejar de reaccionar frente a las cosas y comenzar a elegir nuestros pasos y decisiones. Cuando no somos capaces de autoregularnos, entonces resulta fácil establecer esta polaridad, porque no me hago cargo de lo mío y lo deposito de forma proyectada en los “males del otro”, y de esa forma se sigue reforzando la polaridad en vez de avanzar a la integración evolutiva. 

La automotivación, como un tercer eje de la inteligencia emocional, también nos muestra la revelancia de activar en nuestro interior el combustible que mueve nuestras vidas, y dejar de ser animales de circo que son entrenados para reaccionar a premios y castigos del entorno. Así, muchas personas explican sus decisiones y comportamiento “porque la otra persona hizo o dijo algo”, sin ser ni responsables de sí ni tampoco de sus propias motivaciones. 

La empatía y las habilidades sociales son los otros dos pilares de la inteligencia emocional, y éstas nos ayudan a conectar con quienes nos rodean, a sintonizar con sus ideas y emociones, a comprender sus motivaciones y posturas y desde ahí poder acceder a otros mundos internos, ampliar nuestro mapa mental y también enriquecer nuestra propia experiencia. 

Conectar como iguales, entender que lo propio y lo ajeno alojan en diferentes “domicilios”, pero que son parte de una misma cosa, un gran sistema en el cual todos somos lo mismo en esencia, y que los caminos de otras personas también me sirven para reflejar mis propios pasos en autonomía y capacidad. 

La polarización actual nos muestra el enorme camino que tenemos en aprender a ser lo que somos para luego construir con otras personas y esa misión es bella, noble y necesaria de ser hecha. 

Cada vez que te veas en polaridad o presencies esa polarización, no te sumes. Da un paso atrás, y reconócete, aprende algo nuevo de ti y avanza. No para adelante ni para superar a alguien más, sino que para arriba pero en tu propio interior, utilizando la inteligencia emocional en tiempos de polarización.

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El miedo cambió de bando…

Este año en Chile hemos tenido más elecciones de las que por lo general estamos acostumbrados en cualquier país. Los procesos de cambio se han tomado la agenda, no solo nacional, sino que de gran parte del mundo. 

Personalmente, creo que se hace evidente el deseo pujante de las personas de poder construir un proyecto de vida que haga más sentido desde lo individual y hacia lo colectivo, donde sintamos que podemos desarrollarnos y tener una vida con más oportunidades. ¿Cuál es el camino para lograrlo? creo que es la gran cuestión que entra en tensión cada vez que asomamos la mirada hacia quienes hoy participan activamente del mundo político en todo su abanico de colores y tendencias. 

Una de las cosas que me llamó la atención fue lo señalado por la candidata a Gobernadora de la Región Metropolitana, Karina Oliva y lo señalado también por la diputada Maite Orsini al decir que “el miedo cambió de bando”. Al ver estas declaraciones varias cosas surgieron en mi mente y que quisiera compartir en este breve post. 

Lo primero que pensé es que “hay bandos”. Claro que en la vida en sociedad tenemos diferentes miradas, creencias, formas de vida, etc, ¿nuestras diferencias nos hacen pertenecer a bandos? de ser así entonces la mirada de fragmentación e incluso contraposición dentro de quienes vivimos en un mismo contexto geográfico y normativo se vuelve un campo de divisiones en vez de lograr extraer el valor de la diversidad de miradas, talentos y posiciones. 

Lo segundo que me surgió es la idea del miedo, ya que de esta declaración se extrae que antes un grupo tenía miedo y que ahora es el otro “bando” quien lo posee y se señala como algo positivo, como si el miedo del otro fuera el progreso de uno. Imaginemos una sociedad que se construye sobre la idea de que somos una multiplicidad de bandos y que, como quien juega a la silla musical, el triunfo personal se sustenta en la derrota del prójimo y aún peor en el miedo que el otro pueda tener. 

Una sociedad donde la idea es traspasar temor a quienes son diferentes a uno es una sociedad de la tiranía, la dictadura emocional y el yugo psicológico. ¿Realmente esto es lo que queremos o andamos buscando para resolver las problemáticas de una sociedad?

No solo me pareció grave y humanamente pobre esta expresión, quizás fruto de un descuido o tal vez de una honestidad indiscreta, sino que sobre todo me pareció preocupante que casi la mitad de las personas que fueron a votar (con muy baja participación) apoyan a quienes las enuncian con total desparpajo. ¿Realmente queremos construir una sociedad donde el tema sea depositar los temores personales en la transferencia de estos miedos a otras personas? personalmente no es lo que anhelo ni para mi ni para mi familia, por el contrario, un lugar donde podamos sentirnos seguros, confiados del futuro, entusiasmados del presente, que podamos salir a la calle sin miedo, dar una opinión sin temor, participar de los espacios privados e íntimos, así como de la vida pública sin miedo al otro ser humano, sino que en la profunda confianza que siendo diferentes y maravillosamente diversos, tendremos la generosidad y altura de construir un hogar donde todos podamos despojarnos del miedo y construir bienestar. 

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Cimientos básicos para una mejor sociedad

He comenzado a realizar un ciclo de conversaciones junto a candidatos y candidatas a las elecciones de abril de 2021 en Chile (lo puedes ver en mi cuenta de instagram). La idea es poder generar un espacio de reflexión de ideas y de visualización de posturas diversas sobre el país actual y lo que queremos de vista al futuro, siempre convencido de la necesidad de construir, entre todas las personas, una sociedad que nos acoja ampliamente y nos permita crecer como seres humanos.
Si bien tengo un fuerte interés por la política, como un ámbito de la vida social que nos ayuda, no solo a dar un orden a la administración del poder, sino a utilizarlo al servicio de las necesidades y aspiraciones de cada uno de nosotros, este espacio es sin banderas partidistas ni la intención de convencer “votantes” sino de compartir, conversar y reflexionar.

Es en dicho contexto, donde me parece importante compartir mi postura sobre algunos lineamientos fundamentales, o como he llamado a esta publicación: cimientos básicos para una mejor sociedad, no solo para compartir algunas ideas sino también como un ejercicio de transparencia de mi postura personal sobre algunos de estos temas, posturas que por cierto, no son en ningún caso un manifiesto estático en el tiempo.
Verdad versus popularidad: En esta nueva era donde agradar, tener seguidores y buscar la aprobación de las masas parece ser más importante, creo fundamental construir una sociedad que vuelva a poner primero la verdad, no la opinión, sino la verdad, es decir aquello que de forma sustentada es posible comprobar. Cuando hablamos de esto podemos pensar en muchas personas de la clase política que se mueve según cambien las encuestas; estos comportamientos nos parecen reprochables y los condenamos, pero ¿qué pasa con nuestro comportamiento individual?, olvidamos con mucha facilidad que este espacio común lo construimos entre todas las personas, por lo que personalmente creo que el futuro debe considerar este valor como algo central. Sin importar que algo suene bien o popular, debemos revisar si es veraz como un elemento básico del pensamiento crítico de una sociedad que pone sus cimientos en lo real.

Congruencia versus flexibilidad moral: Las personas cambiamos y tenemos derecho a hacerlo, así como todo cambia a nuestro alrededor, ya que sin cambio no hay evolución ni crecimiento. No obstante, creo que una sociedad que sea un mejor hogar para todas las personas deben priorizar la congruencia como un valor relevante, el recorrido personal, la consistencia entre lo que se dice y lo que se hace, persiguiendo que la vida de cada uno de nosotros sea aquello que habla más fuerte que cualquier discurso o volador de luces. La flexibilidad moral y el relativismo a ultranza no nos ayudan a tener bases sólidas para la convivencia. Cuando consideramos que las faltas son de los o las otras pero las cometidas por nosotros son solo deslices, errores o algo ocultable bajo la alfombra, cuando jugamos a la teoría del empate moral o hacemos vista gorda ante los que se sumen “de los nuestros”, mientras armamos las cruces para poner a los que parecen “ser los ajenos”. Yo voy por la congruencia.

Respeto versus tolerancia: Tolerar a otra persona es lo mismo que negar su particularidad pero hacerlo con mejor cara, sin embargo, el respeto nos llama a una validación del otro, permite acoger sus similitudes y diferencias, sin necesidad de compartirlas, pero sí promoviendo el encuentro de lo distinto como un espacio de aprendizaje mutuo, crecimiento y transformación. Como no recordar la frase que se le atribuye a Voltaire que versa “No estoy de acuerdo con lo que dice, pero daría mi vida por su derecho a decirlo”.

Oportunidad versus premios: Una sociedad que ofrece oportunidades y no premios ni el palacio de los subsidios, es finalmente, a mis ojos, una sociedad de que promueve el desarrollo de sus ciudadanos. El premio es discrecional, a ratos hasta antojadizo, da pie para el clientelismo, el populismo y otros “ismos” igualmente destructivos para un espacio donde cada quien tenga las opciones de ir construyendo su propio camino, en libertad, con vocación, sin necesidad de ponerse justo en el espacio donde el tan famoso “chorreo” permite ser ungido con la consigna “correcta” del momento. Oportunidades son puertas abiertas y parejas, sin necesidad de discriminación “positiva” o búsquedas filosóficas para que la existan “algunos más iguales que otros” al más puro estilo de Orwell.

Trabajo versus asistencia: La mejor oportunidad de aprender, crecer, nutrirse en la vida es teniendo un espacio donde poder hacer, experimentar, equivocarse y aprender, y ese espacio no son solo las instituciones educativas, sino que también es fuertemente el trabajo, con la diferencia que esta última además permite a las personas obtener los ingresos que ayudan a la construcción del bienestar material de ellos/as y sus familias. El trabajo es fundamental para el desarrollo integral de las personas y debe estar como foco central. Hoy, en que muchos parecen estar realmente convencidos de que vivir del trabajo de otros es una forma “digna” y “justa” de crecer, personalmente me parece que la mejor es contar con los espacios (y siempre los hay) para que podamos poner nuestros talentos al servicio de las demás personas y con ello, también al servicio de nosotros mismos y nuestro crecimiento. Dejar de regalar pescados para enseñar a pescar es fundamental, pero solo funciona si hacemos de la pesca nuestro trabajo diario.

Estos elementos me parecen una primera guía valórica (obviamente desde mi perspectiva personal y nada más que eso) para poder guiar los espacios de lo público y social. En lo personal, no me es posible apoyar a quienes abren camino a punta de mentiras embusteras y bajezas morales (aunque muchos hacen vista gorda porque son “de los propios/as”), ni a quienes llaman a vivir del trabajo ajeno, a quienes con eufemismos y rarezas buscan explicar sus incongruencias, no solo discursivas sino también personales y así suma y sigue.

No obstante, siempre llegamos a un punto en común, nada de esto ocurre si no comenzamos cambiando y mejorando de forma individual en nuestra propia vida, tanto pública como, principalmente, privada. Finalmente, las sociedades justas las construyen personas justas, y las sociedades que se carcomen a sí mismas, son hechas por personas que se devoran entre sí en búsqueda de valores tan insostenibles como insensatos.

Innovación en Aprendizaje & Tecnología Educativa

Fin a la “reunionítis”

Antes de la pandemia que ha tenido al mundo en un profundo cambio durante el último año, algo podíamos ver en la mayoría de los equipos de trabajo y organizaciones, y me refiero a esa acción casi compulsiva de tener que hacer reuniones para cualquier cosa, muchas veces improvisadas, sin foco claro, sin acuerdos finales, la mayoría del tiempo como una verdadera “actuación” de productividad y trabajo en equipo, aunque en realidad eran el espacio ideal para perder tiempo y hacer más complejo el lograr nuestras metas.

 

Con el contexto actual, esta situación que podríamos llamar como “reunionítis” (una verdadera enfermedad organizacional) no ha disminuido, por el contrario, es una situación que se ha visto acrecentada debido a la preocupación que ha generado el trabajo remoto a las organizaciones y sus liderazgos, quienes con el temor de que las personas no sean capaces de cumplir sus objetivos sin control constante y presencial, han aumentado las reuniones, generando una sobrecarga de trabajo innecesaria, que tan solo ha puesto mayor carga, estrés y está minando las relaciones laborales y el logro de sus objetivos.

 

La reunionítis no se resuelve solamente con hacer menos de estos encuentros muchas veces inútiles, sino que se cambia modificando nuestra cultura organizacional, es decir, estableciendo una cultura de la confianza y de la auto-gestión, donde no es necesario estar encima de los colaboradores, porque cada quien tiene una meta clara y conocida, tiempos pactados entre las partes (líder y colaborador) y las herramientas para poder avanzar en este logro.

 

El líder actual necesita repartir poder y no concentrarlo, es fundamental construir capacidades en vez de limitarlo con la absurda idea que bajo su “poder” todo estará bien o estará mejor. Por el contrario, es compartiendo poder y autonomía como verá multiplicado su aporte, acrecentará el resultado y construirá equipos capaces de avanzar en la dirección necesaria.

 

¿Cómo partir? un buen primer paso es establecer con claridad los objetivos que tenemos como equipo u organización, para luego pasar al desafío de comunicarlo con efectividad a cada uno de los integrantes del equipo, estableciendo con cada una de las personas un acuerdo sobre estos objetivos, Luego, establece reuniones de seguimientos en tiempos razonables, como por ejemplo una vez por semana, de esa forma evitamos llenar a nuestro equipo de reuniones innecesarias y le permitimos a cada quien que administre sus recursos (tiempos, capacidades, etc).

 

Confiemos, abramos oportunidades a cada colaborador y dejemos de agobiar a los equipos para que cada quien pueda dar lo mejor de sus capacidades, esa es finalmente la invitación para poner fin a este mal en las organizaciones.

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La adolescencia social

Han pasado 17 años desde que, en aquel entonces, me involucré en el mundo de la política universitaria. Me tocó un contexto algo hostil, lo que con el tiempo lo veo como un aprendizaje enorme a mi capacidad de aguante, o como dicen en política, a tener “cuero de chancho”. Desde ahí, en pocos años tuve la posibilidad de tener muchas experiencias en el mundo estudiantil, social, partidista y de gobierno. Fueron tiempos que recuerdo con mucho cariño, pues en mi casa siempre se inculcaron los valores cívicos, que hasta el día de hoy me acompañan.
 
Estas últimas dos décadas (como probablemente todas las anteriores) estuvieron llenas de cambios.
 
Nuestra forma de vivir cambió, la mirada del mundo, la forma de relacionarnos y expresarnos, los intereses y gustos. Dentro de todos esos cambios tuvimos una regresión (a mi modo de ver). Así como una persona que frente a un evento traumático vuelve a edades anteriores, así siento a ratos que nos ha pasado como sociedad.
 
Fue así que nos instalamos en una adolescencia social. Con esto me refiero al hecho de que volvimos a sentarnos en los polos y mirarnos en esta dicotomía de “nosotros” y los “otros”, siendo casi siempre esos “diferentes” los “malos” de la película que nos contamos. De la misma forma en que durante la adolescencia buscamos grupos de pertenencia con nuestros amigos y nos miramos diferente con otros grupos de pares con gustos distintos, o generamos esa tensión (necesaria a esa edad) de cuestionar todo de nuestros padres, en esta búsqueda de interna de poder descubrir lo que somos o queremos ser, situación que se construye por la necesaria diferenciación de lo que nos rodea, para así reconocernos únicos.
 
De la misma forma nos ocurre hoy como sociedad. Discursos atomizados, miradas de bandos los unos con los otros, incapacidad de diálogo y consenso, negación de los que no se parecen a mi o simplemente no me gustan, justificación de mis actos por los supuestos hechos causados por los otros, siendo incapaces de hacernos cargos de nosotros mismos en pensamiento, emoción y acción. Es decir, hemos vuelto a una adolescencia colectiva, del mundo del espacio común, de la cosa pública (Rés-pública), la cual es amada o denostada a conveniencia del contexto. Tal cual ocurre en las discusiones con los padres y sus reglas del hogar, que con el paso de los años, en su mayoría, nos parecen razonables y necesarias, pero que en ese momento de poca perspectiva y rebeldía ortodoxa simplemente cuestionábamos por ser nuestra necesidad más interna de buscar lo que somos.
 
Tal vez nos hemos perdido tanto de nuestro mundo interno, nuestra capacidad reflexiva y de conexión personal; que hemos perdido esa capacidad de encontrarnos con otro ser humano comprendiendo nuestras diferencias y construyendo espacios para el convivir sanamente.
 
Incluso los grupos más “pro-derechos” muestran diariamente en diferentes medios que son totalitarios, infantiles y abusivos. Pareciera ser que esa cualidad de la cual nos hemos jactado como especie, de ser racionales, es una cualidad que ha caído en franco desuso por un grupo creciente de la sociedad, del cual ninguno de nosotros se encuentra libre de caer en cualquier instante.
 
Ojalá podamos volver a aprender a conversar y debatir ideas en las mesas de nuestros hogares, en los espacios del barrio con nuestros vecinos (y aprovechar de saber quién vive a nuestro lado), en las escuelas y trabajos, para comprender que no solo somos diferentes, sino que también somos en gran medida parecidos, y que en nuestra capacidad de encontrarnos con el otro de forma abierta y dialogante se encuentra una poderosa instancia de aprendizaje, crecimiento y construcción de un lugar mejor para todos.
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Recuperar las confianzas

El dicho popular dice que “la esperanza es lo último que se pierde” y quizás es totalmente cierto, ya que la esperanza es un acto de fe, es decir, la confianza o expectativa de que ocurra algo sobre lo que no hay indicios o evidencia. Sin embargo, la confianza es diferente, ya que en gran parte de los casos esa confianza es fruto de una historia, de una evidencia, o quizás en el más lindo de los casos de un regalo que uno deposita en alguien o que otro ha depositado en uno.
 
La confianza es fundamental en las relaciones humanos, porque es desde este sentimiento que podamos construir vínculos más profundos, que se proyectan en el tiempo y que se abren desde el corazón hasta la mente, para poder tejer puentes que nos unan con otras personas, y como suelo decir a mis estudiantes: “que en el encuentro de lo humano pueda surgir lo divino”.
 
En estas semanas de convulsión social las pasiones se vuelven a encender, las conversaciones se politizan y podemos encontrar puntos de encuentro, pero también posiciones antagónicas. Personalmente, siento que cuando nos vemos en ese contexto podemos palpar aquello que está a la base: la confianza se ha ido, está quebrada y esos trozos que a ratos queman y en otros instantes cortan, son la pulsión más interna de las heridas que quedaron del ayer. Pero no de cualquier herida, sino que de la traición que se siente en el corazón. No digo que esto sea realmente así, pero la gente lo siente así, y por eso surge la rabia, el desconcierto, el malestar, de este dolor, de la confianza rota.
 
Las personas hemos depositado nuestra confianza, y en otros casos la esperanza, en tantas cosas. Hemos querido creer en las instituciones religiosas, políticas, sindicales, judiciales, de seguridad, las instituciones que nos ofrecen día a día nuestros servicios básicos, hemos querido creer en nuestros vecinos, incluso en amigos y parientes, y una vez tras otra nos hemos decepcionado. Quizás nuestras expectativas eran demasiado idealizadas y por eso la frustración es inevitable. O tal vez simplemente las promesas que salieron de la boca de otros (y seamos honestos, también de la nuestra) no estuvieron luego reflejadas en las acciones diarias. Cuando somos incoherentes y nuestros actos y palabras no van “coordinadamente”, entonces estamos minando la confianza y con ello el deseo de relacionarnos, de construir momentos juntos, de embarcarnos en proyectos y aventuras de los que nos sintamos partes y viajes que queramos hacer en compañía de quienes confiamos. Insisto, este problema no es solo en lo macro o sociológico de nuestra cultura, sino que también en lo micro, en la forma de relacionarnos con quienes interactuamos en el día a día, esto no es solo un tema de “los políticos” o de “las instituciones”, sino que es algo que sin miramos por un instante en nosotros mismos encontraremos en el día a día.
 
Hoy, y hace un buen tiempo, necesitamos reconstruir las confianzas y para ello algunas cosas son necesarias, En primer lugar, es fundamental que hablemos con la verdad, que nos miremos a la cara y con respeto nos digamos las cosas que realmente están en nosotros, nuestros anhelos, lo que estamos dispuesto, lo que queremos recibir y dar. Un segundo paso, es que acojamos amorosamente lo que le pasa a la otra persona. No hay nada más violento que negar el sufrimiento o la necesidad de otra persona, por lo que tenemos que ser más acogedores y comprensivos. No es necesario compartir, solo entender. Un tercer paso se relaciona con encontrarnos, conocernos, conversar, vincularnos. No es posible construir una confianza sólida si no generamos instancias de encuentro y diálogo, desde lo cotidiano a lo social.
 
Recuperar las confianzas es, en mi humilde opinión, una necesidad urgente para el bienestar individual, familiar y social. La buena noticia es que hacerlo depende del esfuerzo de cada persona, sin necesidad de esperar ni una ley, ni a una autoridad, sino que persona a persona, para que en ese encuentro vuelva a surgir el pegamento más fuerte de todos: la confianza mutua.