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Recuperar las confianzas

El dicho popular dice que “la esperanza es lo último que se pierde” y quizás es totalmente cierto, ya que la esperanza es un acto de fe, es decir, la confianza o expectativa de que ocurra algo sobre lo que no hay indicios o evidencia. Sin embargo, la confianza es diferente, ya que en gran parte de los casos esa confianza es fruto de una historia, de una evidencia, o quizás en el más lindo de los casos de un regalo que uno deposita en alguien o que otro ha depositado en uno.
 
La confianza es fundamental en las relaciones humanos, porque es desde este sentimiento que podamos construir vínculos más profundos, que se proyectan en el tiempo y que se abren desde el corazón hasta la mente, para poder tejer puentes que nos unan con otras personas, y como suelo decir a mis estudiantes: “que en el encuentro de lo humano pueda surgir lo divino”.
 
En estas semanas de convulsión social las pasiones se vuelven a encender, las conversaciones se politizan y podemos encontrar puntos de encuentro, pero también posiciones antagónicas. Personalmente, siento que cuando nos vemos en ese contexto podemos palpar aquello que está a la base: la confianza se ha ido, está quebrada y esos trozos que a ratos queman y en otros instantes cortan, son la pulsión más interna de las heridas que quedaron del ayer. Pero no de cualquier herida, sino que de la traición que se siente en el corazón. No digo que esto sea realmente así, pero la gente lo siente así, y por eso surge la rabia, el desconcierto, el malestar, de este dolor, de la confianza rota.
 
Las personas hemos depositado nuestra confianza, y en otros casos la esperanza, en tantas cosas. Hemos querido creer en las instituciones religiosas, políticas, sindicales, judiciales, de seguridad, las instituciones que nos ofrecen día a día nuestros servicios básicos, hemos querido creer en nuestros vecinos, incluso en amigos y parientes, y una vez tras otra nos hemos decepcionado. Quizás nuestras expectativas eran demasiado idealizadas y por eso la frustración es inevitable. O tal vez simplemente las promesas que salieron de la boca de otros (y seamos honestos, también de la nuestra) no estuvieron luego reflejadas en las acciones diarias. Cuando somos incoherentes y nuestros actos y palabras no van “coordinadamente”, entonces estamos minando la confianza y con ello el deseo de relacionarnos, de construir momentos juntos, de embarcarnos en proyectos y aventuras de los que nos sintamos partes y viajes que queramos hacer en compañía de quienes confiamos. Insisto, este problema no es solo en lo macro o sociológico de nuestra cultura, sino que también en lo micro, en la forma de relacionarnos con quienes interactuamos en el día a día, esto no es solo un tema de “los políticos” o de “las instituciones”, sino que es algo que sin miramos por un instante en nosotros mismos encontraremos en el día a día.
 
Hoy, y hace un buen tiempo, necesitamos reconstruir las confianzas y para ello algunas cosas son necesarias, En primer lugar, es fundamental que hablemos con la verdad, que nos miremos a la cara y con respeto nos digamos las cosas que realmente están en nosotros, nuestros anhelos, lo que estamos dispuesto, lo que queremos recibir y dar. Un segundo paso, es que acojamos amorosamente lo que le pasa a la otra persona. No hay nada más violento que negar el sufrimiento o la necesidad de otra persona, por lo que tenemos que ser más acogedores y comprensivos. No es necesario compartir, solo entender. Un tercer paso se relaciona con encontrarnos, conocernos, conversar, vincularnos. No es posible construir una confianza sólida si no generamos instancias de encuentro y diálogo, desde lo cotidiano a lo social.
 
Recuperar las confianzas es, en mi humilde opinión, una necesidad urgente para el bienestar individual, familiar y social. La buena noticia es que hacerlo depende del esfuerzo de cada persona, sin necesidad de esperar ni una ley, ni a una autoridad, sino que persona a persona, para que en ese encuentro vuelva a surgir el pegamento más fuerte de todos: la confianza mutua.
Conversemos

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