Todas las personas tenemos una serie de metas, las cuales van cambiando con el paso del tiempo. Nuestros objetivos tienen un rol fundamental en la evolución personal y el logro de una mayor satisfacción.
Son precisamente nuestras metas las que nos movilizan, motivan y ponen en nuestra mente un norte hacia donde dirigir nuestros esfuerzos y capacidades, con la finalidad de convertir en realidad algo que, hasta ese momento, era solo una idea o un anhelo.
No obstante, muchas veces las personas olvidamos que cada vez que tenemos un objetivo por delante, éste está motivado por algo más profundo. Quizás podríamos decir que son como metas con “corazón”, sin embargo, si lo miramos desde los fundamentos del coaching integrativo, podemos encontrar otra perspectiva que quizás te ayude en tu proceso de comprensión y logro.
Ya sea que estemos pensando en metas u objetivos, por lo general éstos responden a una mirada más concreta que las personas tenemos. Podemos imaginar hacer algo, tener una experiencia, lograr una posición u obtener algo material. Generalmente cuando las personas pensamos en este tipo de desafíos lo planteamos en nuestra mente de una manera más tangible. Sin embargo, algo que solemos pasar por alto, es que todos nuestros desafíos tangibles buscan, en última instancia, brindarnos la satisfacción de dar respuesta a una dimensión intangible.
Por ejemplo, cuando una persona piensa en un viaje, su casa propia o un nuevo empleo, si bien lo imagina de forma concreta, lo que busca obtener por medio de ese logro es también un estado emocional, el cumplimiento de una misión personal o la búsqueda de un proceso que le genere mayor coherencia interna, todas estas cosas son intangibles.
Desde el coaching integrativo, les suelo enseñar a mis estudiantes que toda meta (tangible por lo general) busca satisfacer un valor (o varios), los cuales suelen ser intangibles.
Cuando las personas logramos ser conscientes de esto ocurren varias cosas en nuestro interior. Por una parte, al tener metas que son coherentes con nuestros valores (“corazón”), entonces la meta gana más sentido, lo que nos motiva y nos lleva a dar más y de mejor forma aquello que tenemos en nuestro interior. ¿Has tomado una decisión que te hace tanto sentido y te parece tan coherente, que te motiva, apasiona y empuja a dar más de ti?, pues esa alineación nos llena de energía positiva hacia el logro, algo que no tienen las metas que no conversan con nuestros valores internos.
Por otra parte, cuando logramos conocer y comprender la verdadera dimensión de nuestros valores, los que la mayoría del tiempo son bastante inconscientes, entonces nos damos cuenta que éstos se pueden expresar de muchas maneras, lo que permite que cumplamos nuestro propósito de formas variadas, pudiendo construir caminos que sean más realistas a nuestro contexto y capacidades actuales, motivo por el cual posponer nuestros planes para “un mejor momento”, no tienen ningún sentido desde nuestros valores, sino que solo lo tiene desde la mirada concreta y material (fáctica) de nuestras metas y objetivos.
Al comprender el motivo que nos lleva a tomar las decisiones que ejecutamos y comportarnos de la forma en que lo hacemos en el día a día, empezamos a entender lo que buscamos obtener en los diversos ámbitos de nuestra vida. Es esta comprensión de nosotros mismos lo que nos ayuda a encontrar mejores caminos para lograr lo que verdaderamente queremos, y no solo una manera particular de cómo imaginamos que podríamos conseguirlo. Esta situación explica el por qué tantas personas logran muchos resultados en diferentes ámbitos de su vida, pero no se sienten necesariamente más plenos, ni mejor una vez que lo han logrado.
Tener metas que no solo sean “buenas” o nos lleven al “logro”, es fundamental si queremos que nuestra vida tenga otro color, sabor y forma, consiguiendo de esa manera conquistar propósito, algo que está muchísimo más lejos y profundo del tan manoseado y prostituido “éxito”.