Al iniciar este nuevo post quiero señalar dos cosas que me parecen relevante en el título de esta publicación. La primera de ellas es que no pretendo hacerlo difícil, sino ser claro en la profunda necesidad de la metacognición. Para que estemos todos claros, cuando hablamos de metacognición nos referimos a “la capacidad de autorregular los procesos de aprendizaje. Como tal, involucra un conjunto de operaciones intelectuales asociadas al conocimiento, control y regulación de los mecanismos cognitivos que intervienen en que una persona recabe, evalúe y produzca información, en definitiva: que aprenda”.
Un segundo elemento que quiero marcar de forma explícita antes de continuar, es que personalmente creo que no estamos en crisis, sino que estamos experimentando un contexto de profundos y numerosos cambios, los cuales nos llevan a un momento en que se vuelve urgente poder adaptarnos a una velocidad que no todas las personas se encuentran en condiciones de enfrentar adaptativamente, lo que repercute en un estado de crisis interno, lo que si bien se transforma en una crisis psicoemocional individua, no constituye un estado de crisis como tal (en un mundo objetivo).
El último tiempo he estado estudiando varios textos de historia, filosofía y espacios de reflexión más profunda. Esto lo he hecho de forma deliberada llevado por la idea (muy personal) que se vuelve fundamental el poder incorporar mejores formas internas de aprender de nosotros mismos y el contexto que nos rodea, con la finalidad de convertirnos en personas cada vez más adaptativas, y que seamos capaces de construir en nosotros nuevos patrones y hábitos que nos ayuden a lograr lo que deseamos, sin importar tanto el contexto en el que nos podamos encontrar. ¿Te imaginas que encuentras esa “llave”? entonces el contexto deja de ser tan influyente en el logro de tus metas, y con ello debiéramos ser capaces de lograr una mayor libertad personal (con la usual responsabilidad que eso trae).
Pero ¿cómo entrar en el mundo de la metacognición?, esencialmente debemos aprender a pensar. Algunos de ustedes podrían ofenderse incluso con este comentario: ¿quién te crees que vienes a insinuar que no sé pensar?… déjame explicarte la idea que está detrás, para que luego veas si rechazas el concepto con repulsión y crítica o, tal vez, encuentras algo de valor en ella.
Si te encuentras vivo tienes muchísimo tiempo practicando la respiración. De hecho, en el instante que dejes de practicarlo por más del tiempo adecuado el resultado será literalmente mortal. ¿Eso nos convierte en experto en respirar? claro que no, por eso hay personas dedicadas a prácticas de formas consciente y en el camino de entrenarse en diversas técnicas de meditación o mindfullness. Ocurre lo mismo con el hecho de comer u otras actividades que realizamos a lo largo de toda nuestra vida, pero que no por eso sabemos realmente hacerlo bien (es cosa de ver los indices de problemas de salud derivados de lo mal que lo hacemos como conjunto hunano).
Con el pensamiento ocurre lo mismo y los filósofos lo saben y sabían bien. Necesitamos tomar tiempo para la reflexión, el cuestionamiento y el estudio, más que mal ese ha sido, esencialmente, el gimnasio de la mente humana, y no se encuentra cerrado por ninguna cuarentena.
Estos elementos del trabajo personal son, en la realidad de millones de personas, simples comentarios o piezas de museo. Se vuelve más entretenido poner algo en Netflix que tomar un libro, parece mejor distraernos en redes sociales que tomarnos un instante para tomar consciencia de nuestros propios pensamientos o emociones y conectarnos con un mundo interior que muchas veces no logramos comprender y que parece ofrecer pocos estímulos y menos “likes”.
Entonces ¿para qué hacer tamaño esfuerzo de entrenar nuestra metacognición? la evidencia de sus ventajas son enormes, no solo nos ayuda a desarrollar nuevas habilidades, pensar de mejor forma, lograr cuestionar ideas, principios y acciones, las que nos llevan a mejorar en nuestro plano personal, de desempeño e incluso espiritual. También previene el alzheimer, abre nuestra capacidad creativa y si bien abre nuevos espacios a nuestros “lados oscuros”, muchas veces invitándolos a salir de ese rincón hacia un espacio de mayor luminosidad para inspeccionarlo de mejor forma; también nos deja con mayores opciones de tomar decisiones, ejercer el tan famoso libre albedrío, aprender de nosotros mismos y extraer esa sabiduría interior de la que hablaba Sócrates a sus discípulos, y tantos otros pensadores relevantes en la historia humana.
Así como las compañías de software sacan todo el tiempo nuevas actualizaciones de sus sistemas para que éstos mejoren la experiencia, corran más rápido y se adapten al cambio del mundo, de la misma forma nosotros podemos hacer “upgrades” de nuestro “software” mental, pero no podemos descargarlo de internet, por el contrario, la actualización la tenemos en nuestras manos, sin costo económico alguno, sino solo pidiendo tiempo y disposición para hacer ese viaje de tomar consciencia, de entender que lo que creemos saber hoy puede cambiar mañana, que somos un proyecto en desarrollo, que por mucho que nuestra actual versión “corra bien”, eso no es garantía que esté preparada para lo que vendrá en lo sucesivo o que nos permita llegar a los sueños que tenemos de futuro.
Claro que el mundo cambió, las cosas se ponen complicadas y el viaje de la vida trae “de todo” dentro del “kit” y, es por ello, que necesitamos aprender a aprender, aprender a cambiar, aprender a conocernos para reconocernos, lograr despegarnos de tantas revelaciones que se nos venden desde afuera, para comenzar el viaje de las develaciones que vienen del interior y que abren horizontes en constante perspectiva e invitación, recordándonos que no sabemos tanto como creemos (ni de nosotros mismos), pero que el viaje de descubrimiento es mucho más valioso que la ilusión de llegar a puerto.