La distribución de la riqueza es un problema a nivel global. Sabemos que son unas pocas familias las que concentran una enorme cantidad de los recursos del mundo, mientras una gran mayoría vive a duras penas haciendo su mejor esfuerzo por sobrevivir y queriendo sacar a los suyos adelante.
La indigencia es probablemente la cara más clara de esta desigualdad, personas en situación de calle, o como son llamadas en inglés, los “homeless”, es decir, personas sin hogar. El desamparo, la pobreza material y la vida puesta en riesgo en cada día y cada noche, es parte del cotidiano para estas personas que por diversas razones no cuentan con la red de apoyo o las condiciones que le permitan tener un hogar que les de cobijo.
Este término de “homeless” me dejó dando vuelta su significado. Porque no se habla de personas sin casa, sino que se denominan personas sin hogar, es decir, que es algo que va más allá a una infraestructura o lugar físico, sino que se relaciona con el espacio afectivo que les contiene. Esta idea de personas sin hogar me hizo pensar en tanta gente que en realidad teniendo un domicilio donde residen día a día, no cuentan con un hogar que les brinde un espacio seguro y amoroso donde guarecerse. Probablemente, son muchas más estas personas que las que vemos durmiendo en las calles, por lo que nuestro concepto de “pobreza” tal vez debiera ser ampliado a toda aquella gente que vive en la miseria, incluso dentro de lugares muy bonitos.
La soledad es una pandemia invisible, que afecta a millones y millones de personas, incluso a aquellas que se ven siempre acompañadas. Gente que se convierte en verdaderos okupas, porque habitan lo ajeno, intentando con ello vestirse de ropas que no le son propias, pero que les permiten engañar y engañarse un tiempo, hasta que llega esa hora del día o de la noche en que no queda más remedio que encontrarse de frente a sí mismo, y sentir el vacío de haberse quedado solo, rodeado de migajas, tal vez lleno de abrazos fríos, de sonrisas falsas, de sábanas con otro nombre.
Quienes viven en ese desamparo repleto de cáscaras de ilusión, son probablemente los verdaderos homeless, aquellos que realmente viven de limosnas, los que simulan alguna invalidez para recibir algo del resto, sin darse cuenta que con ello han convertido a su propia alma en algo inválido.
Por ello, debemos cuidarnos, obviamente que a nosotros mismos, pero también a los que están a nuestro lado. Caer en soledad es algo que está a la vuelta de la esquina, por medio de relaciones de mala calidad, de vínculos sin propósito, de una vida de vanidad y falto de afectos duraderos y genuinos. Debemos cuidarnos, o podemos terminar siendo otro homeless más en este mundo.