Cuando las cosas terminan, ya sean las relaciones laborales, societales, amistades o de pareja es una oportunidad de sacar lecciones, obtener nuevos aprendizajes y realizar ese balance de lo que podemos sacar para nuestro crecimiento. Lo que quisiéramos repetir en un futuro o derechamente no volver a hacer ni a tolerar. Este aprendizaje no es inmediato y si lo hiciéramos de esa forma, con ese desparpajo de declarar que “hemos dado vuelta la página” de un día para otro, entonces estamos desaprovechando el potencial de aprendizaje enorme que cada experiencia encierra para nuestro beneficio. Las lecciones toman tiempo y siempre podemos volver a revisarlas en nuestra mente para sacar nuevas miradas y lecciones útiles para nuestro crecimiento personal.
Creo que parte importante de vivir es ir aprendiendo de dichas experiencias, para así conocernos mejor, reconocer nuestros próximos desafíos de crecimiento y también poder hacer de nuestra vida algo que tenga más sentido y mejor sentir.
Sin embargo, muchas veces hay quienes equivocan la forma de terminar una etapa o una historia y en vez de llevarse los aprendizajes creen que la “ganancia” de esa relación es llevarse algo más evidente y a la vez más superficial (aunque no se den cuenta de que es así). De esta forma, hay quienes creen que lo mejor que pueden hacer es llevarse las cosas, los proyectos, al equipo, los amigos, la información ajena o cualquier otra cosa. Quienes actúan así equivocan el camino de muchas formas.
En primer lugar, creyendo que se llevan lo valioso, en realidad se llevan lo perecedero y fácilmente sustituible. Al no ser capaces de ver las experiencias como fuentes ricas de aprendizaje, con un potencial multiplicador para el futuro, piensan que lo tangible es lo verdaderamente sustancial. Son estas personas quienes por comerse la vaca acaban sin leche ni animales.
Como segundo error, se encuentra el hecho de que la vida da muchas vueltas y que hemos salido de una forma en que será difícil que vuelva a crecer un vínculo de confianza o una intención de crecimiento mutuo, cerrando puertas en vez de abriendo nuevos horizontes que sean útiles para el futuro también.
Finalmente, creo fundamental comprender que cuando algo termina uno se lleva lo que le pertenece, y nada es más nuestro y propio que lo que aprendemos, lo que atesoramos en nuestro interior y la forma en que podemos usar cada experiencia como sustento para una siguiente evolución personal. De lo demás, que se lo lleven todo, pues creyendo que están haciendo “el negocio del siglo”, en realidad solo están sacando lo que estorba de nuestros caminos para dar espacio a que sigamos creciendo, cada vez con más fuerza y vigor, como quien sabe podar el árbol de forma justa y en buena fecha, para que en la siguiente temporada abunden los frutos y nuestro caminar tenga la sombra que nos protege.
Así que recuerda, cada vez que algo se cierre, vete ligero de equipaje y asegúrate de no llevar nada que no sea realmente tuyo, para que así los caminos se abran al oír tu nombre y vida sea próspera y en paz.