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Estupidez ilustrada

Durante las últimas décadas el avance de las ideas liberales han traído un constatable estado de mayor crecimiento económico, social y político, el cual ha permitido a las naciones que se han tomado de estos principios, obtener un mayor bienestar, tanto objetivo como subjetivo.


Dentro de dichos estados de bienestar cuenta el aumento de los niveles de educación, desde la reducción del analfabetismo, hasta el constante aumento del acceso a la educación primaria, secundaria y, en años más recientes (últimos 30 años en el caso de Chile), también la educación superior.

Este auge por cierto que ha tenido como repercusión el hecho de que más personas tienen la posibilidad de continuar con su educación formal, acceder a acreditaciones profesionales y abrirse un mejor camino, con nuevas herramientas, que les ayude a poder dejar el contexto social y material de sus generaciones anteriores, forjando un mejor presente y, también, un futuro más prometedor para sus descendientes.


Aunque podemos encontrar algunos indicios que ponen en duda que ese camino siga siendo la fórmula, al menos en parte, de la movilidad social en nuestros países; poniendo unas comillas a la ecuación “mágica” que pavimentaría los caminos a un porvenir de mayor bienestar, lo cierto es que hoy tenemos más y mejores posibilidades que antes para construir, desde nuestras libertades, aquello que queremos hacer de nosotros mismos.


No obstante, me parece que estaremos de acuerdo (usted y yo), que contar con un certificado que de cuenta de nuestro nivel de instrucción en el sistema educativo no es sinónimo de otras cualidades, como pueden ser elementos como la integridad, un comportamiento socialmente moral, la evolución espiritual, e incluso, la propia inteligencia cognitiva. Muestra de ello son los innumerables profesionales que ni siquiera comprenden lo que leen, cuentan con un empobrecido pensamiento crítico o derechamente llevan adelante las acciones más nocivas y detestables desde la moral social, como pueden ser los innumerables tipos de delitos, abuso de terceros o daño indiscriminado de personas y el medio ambiente, solo por mencionar algunos.


La estupidez, según el diccionario, es una cualidad del estúpido/a, quien se entiende como una persona que no logra comprender bien las cosas. Pues, un asunto esencial para la comprensión de las cosas, ya sean éstas materiales o inmateriales, es la reflexión sobre las mismas, logrando entrenar esa vieja práctica de poner en duda los asuntos con el fin de poder descubrir más sobre los mismos y ampliar nuestra mirada.


Esta mañana me di el tiempo de hacer algo que suelo pasar por alto, a saber, responder comentarios en vídeos que he publicados en internet, encontrándome con un grupo de psicólogas (deduzco por sus comentarios), insultándome por una distinción entre coaching y psicología, dejando de manifiesto, no solo su falta de educación social, sino sobre todo la carente capacidad de construir conversaciones reflexivas, sobre todo de lo propio (suele ser más sencillo hacerlo con lo ajeno). Esta situación, me hizo pensar, mientras tomaba mi “sagrado” café de la mañana, en el enorme problema de la irreflexión, de la falta de cultura reflexiva, contemplativa y la práctica filosófica, muchas veces denostada; o el simple ejercicio de cuestionar nuestras propias ideas, incluso a sabiendas de no llegar a una respuesta del todo satisfactoria o a conclusiones que nos brinden esa quietud de espíritu, propia de la sensación de certeza.


Por cierto que este problema no es propio de ilustrados o no ilustrados, quien crea estar libre de estupidez que lance la primera piedra. Pero, justamente por ser una cuestión a la que todos estamos expuestos permanentemente, siendo como caminar por una cornisa con la posibilidad cierta de caer ante el primer descuido, es que debemos ejercitar el “hábito” de reflexionar, dudar, cuestionarnos y entender que estamos trabajando nuestro pensamiento crítico, no para encontrar la verdad o respuestas totales, sino más bien para ser libres de pensamiento (y consecuentemente de acción), incluso aunque los resultados posteriores nos muestren que nos hemos equivocado en ello.


Ahora bien, si hemos tenido el privilegio de acceder a mayor formación ¿no será que tenemos la obligación ética de usar nuestra mente para algo más profundo que nos ayude a comprendernos a nosotros mismos y el entorno en que vivimos?, personalmente creo que sí… ¿qué piensas tú?

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