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El hombre o mujer orquesta

Recuerdo cuando dejábamos atrás computadores con windows 95 y los amados nokia 5120 y 5190, que al menos a mí me alegraron la vida y me hicieron sentir en el futuro, mientras jugaba con la víbora y podía mandar SMS con esos códigos que fueron el inicio de los emoticones.

Para mi generación esa época fue bonita, con menos pantallas y más amigos, libre de algunas preocupaciones que vinieron a hacerse presente cuando fuimos creciendo con los años.

Fue más adelante, cuando conocimos el “multi-task”, esa idea de que los dispositivos ahora nos permitían hacer varias cosas a la vez, ver en la misma pantalla diferentes programas, como si nuestra mente funcionara igual (no lo hace).

Esto fue convirtiéndose en una cualidad deseable, tener la capacidad de hacer varias cosas a la vez logrando, idealmente, un resultado extraordinario en cada una de las cosas que emprendemos.

Luego, con las redes sociales, desde un incipiente fotolog hasta nuestro contemporáneo Instagram, todo se transformó en referencias culturales del éxito, la belleza y la deseabilidad social. Todo por obtener más “likes”.

El transito que hemos tenido en la vida social también lo hemos visto en el mundo del trabajo, y si tienes alguna duda date un breve “paseo” por LinkedIn y me cuentas lo que ves.

Se institucionalizó la idea de que tenemos que ser multi-tarea y exitosos a la vez. Una idea absurda, desde el principio que nuestra mente logra mayores niveles de eficiencia y efectividad cuando estamos concentrados y nos logramos focalizar en una cosa a la vez.

Sin embargo, en lo social y laboral seguimos dando una valoración irracional a las personas que hacen muchos roles diferentes (situación que vivimos la mayoría) y que además, tengamos cierto nivel de éxito o reconocimiento en esas labores.

Cuando esto lo llevamos a la reparación de las cosas del hogar, en Chile le llamamos “maestro chasquilla” a estas personas que hacen de todo pero no son especialistas en nada en particular y, por lo general, no nos parece un buen concepto o algo que nos haga sentir orgullosos, sino todo lo contrario.

Entonces ¿por qué seguimos queriendo ser y promoviendo a los hombres y mujeres orquesta? no tiene ningún sentido racional, ni productivo, ni desde la lógica de la efectividad.

Debemos aprender a elegir nuestras “batallas” y las áreas en las cuales queremos poner foco, invertir nuestra energía y lograr mayor maestría personal.

Si nos encargamos de todo, entonces terminaremos por dejar de lado aquello en lo que podemos ser únicos y extraordinarios, aquellos talentos que el mundo requiere y que encienden esa pasión que saca lo mejor de nosotros.

Por eso y muchas otras razones, tal vez sea el momento de abandonar el rol de hombre o mujer orquesta, para tomar la batuta de nuestra vida y comenzar a dirigir la obra maestra que podemos llegar a ser.

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