Estos días estaba pensando sobre el tan usado y manoseado concepto del éxito. En la actualidad la venta de esta idea y las fórmulas para lograrlo abundan por todas partes, y practicamente todas ellas tocan la misma tecla ligada a generación de patrimonio, libertad financiera y una vida de lujos y reconocimiento.
Por mi trabajo como coach he tenido la suerte de acompañar a muchas personas que han logrado estos criterios sociales del éxito, y sorprendería a muchas personas enterarse lo tristes y vacías que esas personas sienten sus vidas. También, en mi rol de empresario he transitado esa búsqueda del bienestar material como una forma de alcanzar ciertas tranquilidades, y tengo serias dudas que sea el mejor camino o el más eficiente.
Este nuevo éxito que se promueve en tantas partes ha tenido impactos enormes en nuestra sociedad actual. No solo hablo del individualismo, donde mi éxito personal pareciera muchas veces ir en contraposición con mi entorno o con los logros de otras personas. Sino que también esto ha calado en la manera en que trabajamos, pensando en logros personales y no colectivos, en la forma como construimos amistades e incluso se conforman las familias, donde cada uno rema para su lado (por lo que no debe ser sorpresa que más del 60% de los matrimonios se terminen divorciando), este éxito sin brújula es probablemente el principal factor que nos impide lograr aquello que realmente queremos.
Me ha tocado ver y vivir de cerca como para alguien puede ser más importante un patrimonio que su propia familia, llegando a estar dispuesta a hacer lo necesario con tal de sacar algunos billetes de más, aunque eso significa un daño quizás irreparables a sus propios hijos. Pero eso hoy por hoy pareciera ser que da igual, se justifica como parte de las libertades personales, “mis objetivos es lo único que importa”, y así seguimos construyendo o destruyendo una sociedad que ha perdido la brújula.
¿Entonces, qué hacemos?, pues salir a buscar esa brújula que realmente haga sentido, aquello que habla de propósito y no de éxito, que habla de misión y no de logros, la que nos invita a ganar sentido aunque eso muchas veces pueda significar perder en aquel terreno que todos los demás aplauden y que entienden como sinónimo de logros.
Se vuelve vital y urgente que volvamos a centrarnos en lo que realmente hace que la vida importe, en los afectos y las relaciones sinceras, en los proyectos que contribuyen en nuestro crecimiento interno y también en quienes nos rodean, en dar y ser generosos, en aprender que no tiene que ver con aquello que podamos tener, sino que con aquello que podamos sumar para que las cosas queden mejor que antes de nuestra existencia, que valen mucho más los momentos que atesoramos en nuestra mente y corazón, que las cosas que acumulamos en una casa o una bodega. Si volvemos a calibrar nuestra brújula seguramente habrán muchas cosas que dejaremos de hacer en este mismo instante, para comenzar a disponer nuestra energía y capacidades a lo que nos haga sentir que cada día ha valido el esfuerzo y la entrega.