La educación es uno de los grandes desafíos de las sociedades, como motor del desarrollo humano, el crecimiento de la economía, la movilidad social y otras tantas funciones que cumplen el sistema educativo en el mundo entero. Durante este 2020 el sistema educativo se ha visto en la necesidad de tomar medidas que permitan adaptarse al contexto actual, implementando rápidamente sistemas de educación a distancia, con el objetivo de dar respuesta a la necesidad de continuar el proceso de enseñanza/aprendizaje mientras se toman las medidas de resguardo por la pandemia del COVID-19.
Al cerrarse las entidades educativas son alrededor de 1370 millones de estudiantes que han tenido que realizar sus estudios desde casa en todo el mundo. Esto ha tenido las más diversas implicancias, y una de ellas es que el rol de la familia con un espacio formador de nuestros niños, niñas y jóvenes, ha vuelto a ser un espacio de encuentro y compartir diario.
Padres, madres y cuidadores han tenido que compatibilizar sus trabajos, muchos de ellos también a distancia, con los quehaceres propios del hogar y el apoyo en el proceso educativo de nuestros hijos e hijas. Esto sin duda ha constituido una carga y una responsabilidad que muchos/as no estaban acostumbrados, sin embargo, ha vuelto a poner en el centro el rol de la familia en la formación de los más pequeños.
Este rol que, que ha sido progresivamente depositado en docentes y en institución educativas, vuelve a un lugar irremplazable: la familia.
Si bien la mayoría de quienes somos padres no contamos con todo el tiempo en la actualidad, o con todas las herramientas técnicas para apoyar de la forma más efectiva a nuestros hijos e hijas en su proceso formativo, sí tenemos un elemento que nadie más puede hacer por las generaciones que están en fase de crecimiento y formación, a saber, la formación valórica y la construcción de aquellos hábitos que pueden marcar la manera en cada uno aprende y aplica para crear su vida.
Creo firmemente que la mejor forma de formar a los que vienen luego de nosotros (y también a los que nos acompañan en otro tipo de entorno) es por medio del ejemplo. ¿De qué sirve decir que sean honestos y no mientan, cuando algunos padres/madres lo hacen recurrentemente? ¿cómo formar relaciones saludables si en el hogar el trato se vuelve violento y transgresor?… son muchos los ejemplos que podríamos enlistar para comprender más este fenómeno, y es por eso que la conclusión parece clara. La mejor forma de educar es por medio del ejemplo… pero ¿cómo dar el ejemplo de algo que no somos?… pues no es posible.
El ejemplo se sustenta en la integridad y consistencia de nuestros dichos y acciones. La disonancia entre estos elementos hace que nuestro ejemplo pierda valor y no sea una huella clara que otros puedan seguir, por lo que si queremos ser responsables en lo que enseñamos a los demás, tal vez sea el momento de moldearnos a nosotros mismos para ir mejorando en aquellas brechas que cada uno/a con seguridad tenemos, ya que si somos mejores podremos ser ejemplo consistente y con ello podremos transmitir lo que realmente creemos que es importante enseñar y dejar para los que vendrán.
La educación de las próximas generaciones no es algo que deba descansar en la decisión de profesores, escuelas o gobiernos, tampoco es un elemento para el mero debate de expertos y entidades especialistas, sino que es, en primera instancia, una decisión “curricular” que se forja en el hogar y en la forma de ser de los adultos responsables y de referencia para quienes serán, a su vez, los educadores de quienes vendrán el día de mañana. Así que si quieres ser un/a mejor educador/a, entonces es momento de ser mejor persona, más íntegra y recta para que en vez de predicar sea suficiente con tus acciones del día a día.