Cada vez que escucho o recuerdo la frase “donde calienta el sol” me recuerdo de la canción de Luis Miguel en que decía que cuando calienta el sol le pasaban tantas cosas, ya sea por el pelo, por los besos o por cualquier cosa, o todas ellas juntas. Digo esto como un chiste que me recuerda a tanta gente que toman sus decisiones, eligen los lugares, amistades, trabajos, etc, pensando en que les “caliente el sol”.
Hace más de doce años atrás recuerdo que era una de esas personas. Que tomaba decisiones pensando en dónde podría recibir más calor, más luz, más sensaciones de satisfacción. Sin pensar si era bueno o malo, prudente o no, si yo estaba verdaderamente preparado para tomar algún desafío o posición, o incluso si era realmente ético hacer lo que estaba realizando. No me preguntaba nada, total lo importante era otra cosa: estar, aparecer, aparentar, que el resto me viera. ¡Cuenta insensatez!
Es cierto que uno va aprendiendo algunas lecciones a lo largo de los años. Las caídas ayudan, las decepciones van pavimentando una comprensión más afinada de las cosas. Sin embargo, desde ese recorrido personal hoy veo todas las semanas, una y otra vez, personas que actúan con ese principio, que es el que hace que todo sea relativo, que todo sea subjetivo, y que por lo tanto todo pueda cambiar de la noche a la mañana. Que los polos opuestos se puedan convertir en una sola cosa, que los enemigos se vuelvan socios, que los íntimos amigos de la vida se conviertan en enemigos, que lo que en la mañana escribimos con la mano en la tarde lo borremos con el codo, siempre y cuando borrarlo se convierta en algo útil para recibir más rayitos del sol.
Finalmente, quien no sabe lo que es ni lo que quiere, o tal vez mejor, tiene claro lo poco que sabe y lo nada que tiene, entiende que “quien a buen árbol se arrima, buena sombra lo cobija”, y si ese techo es hipócrita pareciera dar lo mismo con tal de tenerlo.
En un mundo donde mucha gente no ha aprendido a separar valor y precio, se ha vuelto todo una mercancía tranzable, no hay ideología íntegra, ni comportamiento consecuente, solo pareciera existir lo que conviene y lo que no.
Personalmente creo que el proceso de madurez y crecimiento personal real, no está en nuestra habilidad de encontrar el lugar donde nos pegue más luz del sol, sino que es la capacidad de dar luz en los rincones donde no hay, en las misiones que no son “convenientes” pero son verdaderamente necesarias y merecen ser hechas. Actuar para recibir versus hacer lo que se debe hacer, tiene una gran diferencia, no solo en el interés que se pone, sino en el propósito que se cumple. Cuando todo es para ti mismo, entonces la misión se convierte en merca vanidad, sin embargo cuando se trabaja por un principio más grande, más allá de la foto, más allá de la recompensa o lo que sea, entonces la cosa toma otro color, y el sol se va a nuestro interior y nos convertimos en parte de él. Ahí ya no será necesario buscar ese calor afuera, sino saber elegir bien el lugar donde vamos a compartir noblemente el sol que llevamos en nuestro interior.