No cabe duda que estos últimos días han sido difíciles, inciertos y agitados para los chilenos. No solo es un tema de seguridad, no solo un asunto de necesidades sociales insatisfechas o de malestares largamente contenidos por abusos que acorralan la vida de millones de personas y sus familiares; creo que esto es algo más que eso.
Chile hace algunos años era referente internacional por haber logrado una transición de la dictadura a la democracia de forma ejemplar, también por ser capaz de reducir la pobreza como ningún país y lograr en década de los noventa un crecimiento como muy pocas economías del mundo. Venían de todas partes a estudiar lo que hacíamos, incluso varios se animaron a copiar algunas ideas. ¿Era todo eso mentira? no, los datos están a la vista, y el desarrollo de la nación y las familias que vivimos en ella lo fuimos experimentando en las últimas décadas.
Sin embargo, el tema está en a qué precio se generó ese proceso de crecimiento. Chile adoptó un modelo de mercado e individual, el que fue tomando los diferentes espacios de la vida social. Esto no solo hizo que nos convirtiéramos en un país en que hay que pagar por absolutamente todo, y donde lo privado supera a lo público en áreas en que el Estado debiera ser el principal garante como la salud, los medicamentos, la educación o el transporte.
En un modelo individual, esto se plasmó en la cultura, en la interacción social, y perdimos identidad, ya no somos del barrio, ni de la iglesia, ni del partido político o del club deportivo, ahora somos aquello que podamos tener y mostrar; si aquello que queremos no lo podemos alcanzar materialmente, no importa porque el acceso al endeudamiento se convirtió en el camino para la movilidad social, con intereses usureros y sistemas que ahogan a las familias, pero que les permiten ese sueño de superación que les fue ofrecido, y que cada uno compró libremente, de forma consciente o no (algo de responsabilidad compartida hay acá creo yo).
Así, en este contexto hay muchas cosas que dan rabia. El pasaje del transporte, sobre todo para las familias que ganan el sueldo mínimo, con servicios de mala calidad en su mayoría (la excepción fue en su momento el metro), donde uno veía asaltos diariamente, situaciones de hacinamiento en el traslado, largos tiempos de movilización, etc. En el caso que la persona hizo un esfuerzo comprar un automóvil (con un impuesto enorme en un país donde la mayoría de quienes tienen uno hacen un gran esfuerzo para comprarlo), luego nos encontramos que cerca de la mitad del precio del combustible es impuesto y debemos pagar por el uso de calles, pero también por las autopistas que se han tomado la ciudad, ofreciendo cada vez menos opciones para algunos trayectos, encareciendo una y otra vez el costo de la vida de las personas y sus grupos familiares. Esto se repite en educación, salud, medicamentos, alimentación, etc, etc, etc.
Personalmente, hasta ahí hay malestar, pero cuando uno ve que todos esos impuestos y abusos terminan en casos de robo de fondos públicos, abusos y malos usos de los recursos fiscales, colusión de las empresas que nos venden productos de necesidad básica, o “arregladas de bigotes” para el sobre endeudamiento o cobro excesivo de comisiones por cosas que en muchos países valen cero pesos, todo eso va caldeando, porque que te roben una vez molesta, que lo hagan dos enerva, que ocurra todos los días ya emputece, pero que además te digan en tu cara que no es nada, que está bien, que así son las cosas, que te tienes que levantar más temprano o trabajar más duro, ya es una burla. No hay nada más violento que negar las necesidades emocionales de otra persona, y eso hemos vivido durante años. Pero ojo, no entre las autoridades y la ciudadanía o desde los empresarios a los trabajadores, sino que los unos con los otros en el día a día. Acá no creo que existan los buenos y los malos, todos hemos contribuido por acción y omisión a una situación que ya no se aguanta.
Personalmente rechazo enérgicamente los métodos violentos de manifestación. Muchos dicen que es más violento lo que se ha hecho en nuestro país con sus ciudadanos. Incluso pudiendo estar de acuerdo en algunos de esos puntos, no creo que la violencia sea el mecanismo para responder. Debemos encontrar una forma social-institucional que permita canalizar esto y convertir el caos en oportunidad. Después del toque de queda no puede ser que no nos quede nada, ni una reflexión, ni un aprendizaje, ni una decisión.
Personalmente no me asusta tanto el vandalismo y la violencia, porque la mayoría de quienes lo cometen y lo promueven son los más cobardes, son los primeros en salir corriendo cuando llega la policía o en pedir que los traten con algodones cuando se van detenidos, no se paren en nada a los luchadores sociales de verdad de la historia de Chile y del mundo, los que estaban haciendo lo necesario donde las papas queman, ya no quedan Gladys Marín ni Clotario Blest, gente dispuesta a morir con las botas puestas por lo que les parece justo (pudiendo uno estar de acuerdo o no).
Lo que realmente me preocupa es la autoridad, un gobierno silente, que a ratos parece que gobiernas con tutoriales de youtube, que improvisan y no comprenden, que dicen escuchar algo que desconocen, que dicen lamentar lo que realmente nunca han sentido. Me preocupa la lentitud, la falta de liderazgo, la poca claridad. Si el Presidente tuviera lo que se necesita sabría que después de “toque” lo que queda es la oportunidad de avanzar como ningún otro gobierno lo hizo en las últimas décadas, que hoy nadie tiene apoyo para negarse a lo realmente necesario. Hoy el caos, el malestar y las protestas (muchas de ellas en paz y con sincero deseo de que las cosas mejoren) son el apoyo que ni este ni el Presidente anterior lograron tener en las urnas, es la agenda y la propuesta de gobierno que realmente puede hacer la diferencia y sintonizar, porque no se hizo en el barrio alto ni en un hotel en que la noche cuesta más de un sueldo mínimo, sino que vienen del dolor y la indolencia de necesidades que requieren ser atendidas, aquellas de verdad, no la de los oportunistas de siempre, sino los que afecta a la vecina, a la familia de la nana, a la profesora que no quiere destruir nada, solo quiere vivir mejor y más tranquila.
Hoy la oportunidad es enorme, hasta ahora no he visto un liderazgo que permita canalizar esto. Piñera no lo ha sido, tengo dudas que lo sea, pero espero que se convierta en el líder que no es, porque el país lo requiere y el contexto lo amerita, para que después de tanto toque nos quede un mañana que nos aliente los sueños y despierte el deseo de tener esperanzas renovadas.