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La mejor respuesta es dar

Esta mañana mientras jugaba con mi hijo y sentía el aroma propia del sur de Chile, pensaba sobre cuál es la mejor forma de responder frente a la adversidad. Son tantas las situaciones que nos toca enfrentar en la vida y muchas veces no sabemos la mejor forma de responder.
 
Esta situación también nos ocurre frente a las experiencias positivas, de hecho, a mucha gente le cuesta saber cómo agradecer o generar relaciones de reciprocidad con aquellos que nos hacen tanto bien o nos entregan sus muestras de afecto. Si nos cuesta con las cosas buenas, esto se ve muchas veces multiplicado frente a las experiencias negativas.
 
Hace unos días se cumplieron 5 meses de la estafa realizada por mi ex-pareja y su amante. Van más de 20 millones de pesos robados y la suma crece cada mes. Mi hijo ha tenido que tolerar que no lo llamen ni visiten, ya que ella (que se dedica a “inspirar” mujeres y “enseñar” a emprendedoras) pide un bien raíz para cumplir con sus responsabilidades mínimas de madre. Son muchas las situaciones que podría mencionar sobre cómo tanta bajeza y miseria pueden encontrar domicilio en un solo ser humano, pero he estado abocado a otra cosa. El haber quedado con el cuidado legal de mi hijo me ha puesto con el gran compromiso de ser cada día mejor, porque estoy convencido que la mejor forma de educar es con el ejemplo. Ser coherente e íntegro es algo que los niños ven y finalmente registran de la misma forma en que versa el famoso dicho: “tus acciones no me dejan oír tus palabras”.
 
Ha sido en ese proceso que esta mañana volví a pensar cuál es la mejor forma de responder a la maldad, la mentira, el robo, la sin vergüenzura, el adulterio, la estafa y tantas cosas que podemos ver en nuestra vida, algunas veces de las personas más cercanas a nuestro día a día. Da rabia e impotencia, ver cuando quien te daña se mofa, usa tu trabajo para llevarse todo a la casa (la cual también es de uno), o simplemente se hace el loco para así ganar tiempo y seguir sacando de lo ajeno. ¿Qué es lo justo? ¿Hasta dónde uno debería responder o actuar? No es sencilla la respuesta, menos bajo el efecto de las emociones.
 
Precisamente, porque no es fácil creo que la mejor respuesta es dar. Aunque no soy de las personas que se sienta cómoda con la idea de “poner la otra mejilla”, la verdad que quien daña con tanta bajeza lo hace en el fondo porque nada tiene, porque es pobre de todo y es en tanta miseria donde radica su comportamiento.
 
Esta semana recibí un mensaje por Instagram de una persona que me decía: “Cada vez que veo tus publicaciones me lleno de alegría al ver cómo Dios te ha prosperado… sólo podemos dar lo que tenemos, y tú tienes mucho que entregar. Un abrazo amigo, espero sigas creciendo en todo aspecto (familia, laboral, etc) éxito!”
 
Comparto las palabras enviadas por Claudio Cisterna, viejo amigo del colegio, y vuelvo a la convicción que uno da lo que tiene, y por eso la mejor respuesta es dar y ocuparse de dar cosas buenas. Es por ello que he comenzado a compartir más contenido gratuito, a regalar instancias de encuentro y conversación con muchas personas que también están en sus propias búsquedas; me he abierto a más encuentros, y he escrito más, grabado más material para compartir, y quiero seguir dando, porque sin importar el contexto o lo bien o mal que la estemos pasando, la mejor respuesta siempre es dar.
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Un problema de perspectiva

Soy un convencido que cada uno de nosotros ha tenido la experiencia de enfrentar una situación ingrata, triste, dolorosa y muchas veces injusta. Quizás nos hemos enojado, tal vez hemos despotricado por todas partes aquello que hemos sentido como una herida, como una dificultad que lo más bien que le podría haber tocado al vecino, pero que llegó a nuestra puerta.
 
Personalmente, he enfrentado varias situaciones como un cáncer avanzado, el fracaso de una empresa, la estafa e infidelidad de mi propia esposa, las mentiras de aquellas personas en quien confiábamos ciegamente. Las desilusiones son parte de la vida, y no me cabe duda que uno también ha sido parte de esas decepciones de otras personas, con o sin querer.
 
Una de las cosas que he reflexionado largamente tiene que ver con cómo cada uno de nosotros evalúa las experiencias que va teniendo en la vida, ya sea como experiencias positivas o negativas, de aprendizaje o incluso de destrucción personal. Sin embargo, al pasar el tiempo nos damos cuenta que toda experiencia y situación contribuyó a grandes cosas. Quizás en su momento sufrimos y nos quejamos, tal vez nos enojamos y pensamos que todo iba mal, pero si tuviéramos más perspectiva nos podríamos dar cuenta de que cada cosa nos ayudó a potenciar lo que somos, a construir nuevos horizontes y llevarnos a lugares que incluso antes no teníamos ni en mente.
 
A las personas nos falta perspectiva, es por eso que nuestra forma de sacar el máximo partido a las experiencia no es un asunto de las circunstancias o las vivencias que tenemos, sino un problema de perspectiva. Si ahora miramos hacia nuestro pasado con seguridad encontraremos momentos difíciles que fueron fundamentales para estar en nuestra situación actual, lograr lo que hemos alcanzado y haber aprendido todo lo que sabemos hasta ahora.
 
Así que no importa lo que estés pasando hoy, si lo consideras malo o bueno, la opinión que tengas de esa experiencia es algo del momento, es por eso que debemos hacer el esfuerzo de tomar distancia, verlo desde arriba, encontrar ese ángulo que nos ayuda a comprender como esto se conecta con lo que vendrá después, de qué manera lo que estés viviendo será valioso para enfrentar nuevos desafíos, para crecer como persona y lograr nuevos objetivos.
 
Por todo esto agradece, respira y busca esa perspectiva que te ayudará a tomar la vida con más sabiduría y de cada cosa encontrar el punto en que te sumará valor para el futuro que deseas construir en tu vida.
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El valor de arrepentirnos

Que duda cabe que estamos en un mundo vanidoso y superficial. Me ocurre cada vez que publico una foto personal o un mensaje ligado a “tú puedes” se multiplican los comentarios y los likes, pero no pasa lo mismo cuando hablo de temas que queremos guardar bajo la alfombra, como es el caso del arrepentimiento.
 
Personalmente me arrepiento de tantas cosas, tantas acciones y omisiones, tantas pérdidas de gente amada, tantas decisiones impulsadas por puro amor propio mal entendido que fueron de destrucción y no de bendición. ¡Lo lamento tanto y hasta las lágrimas!.
 
Estos días he estado estudiando y reflexionando mucho sobre el perdón, y fue así que llegué al tema del arrepentimiento. Es que no puede haber perdón sin arrepentimiento, pero ese de verdad, el que sale desde el corazón, el que nos deja desnudo con nuestras faltas a la vista de todos, y nos avergüenza de nuestras acciones. Pero claro, arrepentirse es reconocer y hacernos cargo de aquello que nos gustaría no mirar en nosotros mismos, y eso requiere coraje, valor e integridad, porque dolerá, no será el camino fácil, ni traerá más aplausos o apoyo popular. Hacernos cargos, ser responsables, rectificar el camino perdido es impopular, porque parece ser que en el tiempo en que vivimos hacer lo correcto no tiene buena prensa, y nos cuesta discernir con claridad, actuar en rectitud, avanzar en nuestra evolución personal.
 
Arrepentirnos es un paso crucial para nuestro crecimiento y conlleva dejar cosa atrás, tomar decisiones, hacernos cargo de nosotros y nuestros errores, reconocer aquello que duele, mirarnos las heridas y cicatrices e incluso exponerse a que vuelvan a sangrar un poco antes de cicatrizar del todo. Porque con maquillaje no se aguanta mucho tiempo más.
 
Todos, absolutamente todos tenemos tantas cosas de las cuales arrepentirnos, pero nuestra ceguera, nuestra ignorancia y orgullo nos limita, nos coarta, nos aprisiona a tal punto que comenzamos a justificar lo injustificable, a encontrar explicación que busca sustentar lo que nunca debimos haber hecho, las fronteras que jamás debimos cruzar, porque todo lo puedo pero no todo es bueno, porque todo lo puedo querer, pero no todo me está permitido, y si cruzo… entonces adelante, pero viene con consecuencia como todo en la vida. ¿Sientes que tu vida es vacía, que no tiene todo lo que te gustaría, que la pérdida es mucho mayor que la aparente ganancia? pues entonces seguramente hay mucho de lo cual arrepentirse, aprender, corregir, reparar, avanzar con paz, pero con la paz que te brinda mirar la verdad a la cara y hacerte cargo, porque interpretaciones hay millones, pero realidad hay una, y eso no cambia aunque nos queramos convencer que todo es un tema de perspectiva.
 
Te quiero hacer una invitación que no es popular, que no es cómoda, que suena bien, que le falta marketing, una invitación que quizás no compartirás en redes sociales, ni vas a etiquetarte, pero es una que créeme ¡LA NECESITAS!, porque de lo contrario te estás privando de los beneficios de ser mejor, de cultivar paz en tu corazón, de contribuir a un mundo más noble, de ponerte del lado de aquellas personas que vale la pena conocer. No te compares en faltas, todos tenemos muchas de las cuales arrepentirnos, este proceso es contigo mismo, de integridad, madurez y crecimiento. ¿Te sumas?
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La víctima, el héroe y el vecino

Las personas tenemos muchas formas de enfrentar las experiencias que nos ocurren en el día a día. Desde pequeños vamos aprendiendo las maneras de relacionarnos con los demás, con nosotros mismos y también con lo que está más allá, ya sea más adentro de nosotros o más hacia las alturas. Esta forma que tenemos de vincularnos nos va dejando un traje personal, un estilo con el que comenzamos a leer el código de la matrix, y entre tantas claves, finalmente uno ve lo que se ha entrenado a mirar.
 
Podríamos tomar un millón de ejemplos y analogías, sin embargo, luego de una conversación el día de ayer, y pensando mientras conducía a mi oficina, se me vino la imagen de aquellas personas que viven como víctimas de toda situación, que insisten en señalar que nada depende de ellos, que han sido siempre las circunstancias del contexto lo ha generado los resultados que obtienen. Si les va bien es suerte, si les va mal es el destino o son los demás. Cuando hay que tomar decisiones y actuar no se hacen cargo, no toman partido ni para aquellas cosas que más les debería importar, y buscan endosar permanentemente la responsabilidad en quienes les rodea. Pareciera ser que no existen, porque no generan ninguna consecuencia en los resultados que obtienen, son simplemente víctimas. Las explicaciones abundan, las excusas las podrían vender por kilos, pero las acciones, las decisiones, la auto-responsabilidad no son parte de su repertorio interno.
 
Lo interesante, es que muchas veces “la víctima” vive en la misma calle que “el héroe”. Este personaje también tiene sus problemas, las cosas tampoco marchan como quisiera pero siente que tiene el deber moral de hacer cosas por los demás, de incluso posponer sus necesidades con tal de dar una mano al necesitado. Busca ser compasivo y activo en encontrar soluciones, haciéndose cargo muchas veces de aquello que no le corresponde bajo su lema personal de “ayudar a los demás”. Su ayuda es resolutiva no de crecimiento, es decir, va y hace lo que la víctima debería haber hecho, no le enseña, no lo empuja, no lo cuestiona a hacerse cargo, sino que le justifica y le ayuda a quedarse tal cual está. Finalmente, si la víctima no viviera en el mismo barrio, el héroe no tendría trabajo, su rol de “bueno”, “resolutivo” y “compasivo” pasaría a segundo plano y eso dañaría lo que piensa de si mismo. Sería un héroe jubilado y a estos personajes les gusta ponerse la capa y salir al primer llamado de auxilio.
 
En esta calle hay de todo, pero estos dos se hacen notar. La víctima está siempre contando sus miserias, llora a viva voz, se lamente a cada instante, suele no encontrar razones sostenibles para sentirse bien y lo hace sentir. Se le ve cuando camina por la calle, cuando usa la luz tenue en su casa, cuando carga pocas cosas de regreso del mercado porque no sabe si mañana estará vivo. Por su parte, el héroe no lo hace nada mal, también hace sentir su posición, su capacidad superior de ser quien entrega y se entrega por los demás. Muchas veces disfrazado de un traje de falsa modestia camina por ahí dejando entre ver algún símbolo de su traje, algún color distintivo, quizás una frase que hace notar que sabe más que los demás, que está en un lugar diferente, que tiene algo que tú no tienes y que si pides ayuda de la forma correcta él puede venir a tu rescate.
 
Sin embargo, hay alguien que vive entre las casas de ambos, que pareciera no existir entre tanta estridencia de estos dos personajes. Nadie sabe bien su nombre, así que le llaman “el vecino”. Ayuda si puede, pide ayuda si verdaderamente lo requiere. Hace sus cosas, así que siempre se le ve ir y venir para cumplir con sus compromisos, para obtener los resultados que busca, para que su familia esté bien y las cosas anden lo mejor que pueda. Claro que tiene problemas, por cierto que se siente inseguro y desconcertado muchas veces, pero sentarse a dar lástima no va con él, y andar salvando a todos le parece poco responsable. “Uno puede ayudar, pero cada uno debe hacerse responsable de lo propio” suele decir cuando le preguntan sobre los vecinos.
 
Este personaje justo vive entre los dos estridentes y transmite esa misma mesura. Entiende que la vida tiene de todo, que es bueno ser generoso, y que es fundamental hacerse cargo. Que se esfuerza por lo que quiere y no culpa al resto, y que da lo mejor de sí mismo aunque algunas veces eso no sea suficiente o simplemente las cosas no se den.
 
Todos nosotros hemos tomado alguna de estas posiciones en nuestra vida, quizás vivimos en la casa a alguno de estos tres. Quizás hemos estado jugando el papel de víctima, o queremos ser el héroe que todo lo puede y todo lo salva, o quizás estamos en una vida más centrada buscando el equilibrio en nuestros días.
 
Sin importar donde te encuentres, cada cosa tiene un precio y también conlleva algún beneficio. Si no eres consciente a tiempo puede que elijas la casa equivocada y te quedes a vivir en el lugar donde realmente no quisieras estar.
 
¿Has pensado cuál quieres ser?
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¿Qué pasaría si nos atrevemos?

¿Te has puesto a pensar qué pasaría en tu vida si te atrevieras a dar ese salto, tomar la decisión pendiente, enfrentar el temor escondido en tu corazón, o simplemente dejar atrás todo lo que te ha traído hasta donde estás en este momento pero que no quieres llevar contigo en el futuro? quizás lo has pensado muchas veces, tal vez ha rondado tu cabeza en más de una ocasión y algo te ha dejado plantado en el mismo lugar, o quizás los cambios que hiciste fueron solo decorativos pero no lo suficientemente drásticos y contundentes como para cambiar tu vida y la trayectoria de tu existir.
 
Cambiar da miedo, genera incertidumbre. Cambiar de piel jamás ha sido una cosa sencilla, si la oruga nos pudiera contar su experiencia de metamorfosis estaríamos todos aplaudiendo de pie tanta valentía, tanto coraje de dejar todo atrás y sufrir los dolores propios de la transformación. Quizás la miraríamos asombrados de cómo su acto de fe le permitió no solo cambiar, sino que salir volando con un nuevo brillo y color.
 
Este cambio verdadero se da muchas veces de forma silenciosa, toma tiempo, pasan cosas, trae consigo muchas reflexiones, pérdidas, llantos a escondida, sonrisas cómplices, miradas de ilusión. Es un cambio que se anida en el interior y poco a poco se ramifica hasta que llega el día que es imposible seguir disimulando lo que somos, porque este cambio ha llegado a la piel. Esta es la gran diferencia con los otros cambios, aquellos que son más “publicitarios”, los que en realidad son inspirados por el ego y no por el crecimiento. Este otro tipo de cambios son desde el exterior, usan maquillaje (algunas veces en exceso), son vociferantes y estridentes, buscando que todos vean y validen este supuesto cambio. Al no tener raíces fuertes requiere del refuerzo de los demás, de los aplausos y arengas. Se acomoda al contexto y aunque suele sonar muy bien no contagia emoción alguna.
 
El cambio que vale la pena, irrumpe, emerge, inunda, pero solo una vez que ha florecido y tiró raíces en el interior. No busca la aceptación, porque es movido por el propósito y el sentido de misión. Este cambio lo tenemos ahí, latente en nosotros mismos, no necesitamos de cosas mágicas o experiencias sofisticadas, sino que de cerrar los ojos para mirar hacia adentro, conectarnos hacia el cielo, buscar aquella brújula interior que nos hable de misión… sí, de misión, no de disfrute, ni de felicidad, sino que de misión, porque en el cumplimiento de esa misión hay sentido y paz. Dar ese salto suele ser un paso al vacío, porque requiere de la fe suficiente que nos permita saber que seremos sostenidos, y a la vez, necesitamos dejarnos sostener y guiar por aquello más grande que nosotros mismos.
 
¿Y si nos atrevemos a cambiar qué pasaría?
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Cuando un amigo se va… carta a Gustavo Cariaga

Hoy es viernes 5 de abril de 2019. Son las 8:30 de la mañana y estoy sentado en el escritorio de mi oficina. Mientras conducía hasta mi trabajo varios amigos comenzaron a mandarme mensajes para darme condolencias o confirmar la partida de Gustavo Cariaga. ¿De qué me hablan? hace dos día había hablado con su esposa Andrea y habíamos quedado que este lunes cuando fuera a Viña del Mar a hacer un nuevo capítulo del programa de radio que creamos juntos, pasaría a verlo a la clínica. Avanzaba, lento pero seguro, me habían dicho.
 
Con Gustavo nos conocimos el año 2016 y mi primera impresión de él fue ser un tipo duro, con poco tacto y distante. Pero nos fuimos conociendo más, compartiendo de la vida, las historias, etc. Luego se animó a tomar un programa de formación conmigo y se convirtió en coach, y fue ahí cuando se enamoró con el tema. Fuimos construyendo una amistad, de esas cercanas, cariñosas y cómplices.
 
Cada encuentro era para reflexionar en lo profundo y soñar lo que era necesario hacer. Conversamos tantas veces sobre construir un centro de apoyo a los separados, un espacio de crecimiento personal y reinvensión. Él con su historia personal al respecto, y más cuentos que Tom Sawyer y yo con mi historia reciente de ser estafado por mi pareja. Me dio tantos consejos tan sabios. No olvido una conversación hace algunos meses atrás en el McDonald’s de Viña del Mar en que no solo recibí el cariño y el abrazo de un amigo, sino que el consejo de un hombre sabio. Me molesté con lo que me dijo, no era lo que yo quería escuchar, pero unas horas después lo llamé para agradecerle, porque tenía razón, era lo correcto, era lo mejor.
 
El 2018 nos embarcamos en un programa de radio. Hace rato teníamos ganas de hacer cosas juntos, con la complicidad, la diferencia de estilos personales y el toque de cada uno nos entusiasmábamos. Nos lanzamos en UCV Radio con “Conversa con Sentido”, que la idea era que fuera un espacio para compartir las reflexiones que teníamos cuando nos juntábamos a tomar café. Se pensó y se hizo. Él tenía las inquietudes y las antenas bien atentas, y yo era el ingrediente que decía ¡Hagámoslo!.
 
Durante cada grabación del programa de radio quedaban más temas para seguir en un café, para reflexionar, reír, llorar, contarnos historias que no habíamos contado a otros. Uff, si hubiéramos hablado jajaja.
 
Se nos quedaron muchos proyectos en el tintero. Tantas cosas que dijimos que veríamos juntos y que armaríamos de tantas formas. Te apuraste mucho Gustavo, que una mierda de remedio cambie todo de un instante a otro no es justo. Tantas veces que conversamos de gente que solo anda por ahí causando daño, mientras que tú estabas apasionado con apoyar la inclusión de las personas en las empresas, con apoyar a las parejas a mejorar sus relaciones, potenciar sus habilidades por medio del coaching, y siempre contando historias, de esas tantas que tenías, con tu amada Andrea que ahora debe estar con el corazón fuera del cuerpo.
 
¡No es justo! ¡NO ES JUSTO!. Veo en la televisión como pasan videos tuyos y hablan de anécdotas contigo. También recuerdo tus conversaciones íntimas de cómo era ese mundo de la tele y por qué nunca quisiste volver y lo crítico que eras sobre lo que ahí pasaba.
 
Gracias Gustavo por ser mi amigo, por quererme, por cuidarme, por aconsejarme, por compartirme tus décadas más de experiencia para darme una guía y una mirada de la vida. No olvido nuestro último abrazo en tu casa, compartiendo sueños, pensando en voz alta, mientras el Mati jugaba en la piscina con tus hijos, y nosotros nos dábamos miradas cómplices, porque ya no era necesario decir nada más.
 
Este lunes tendremos programa de radio, del programa que creamos juntos y que decidimos que tú serías el conductor, dime ¿tiene sentido seguir ahí ahora? sabes que bailar solo no me gusta y a ti tampoco te gustaba. Cuántas tallas que nunca salieron al aire, cuantas confesiones en ese estudio de grabación que la gente nunca supo, de cómo veníamos cada uno esos días, con nuestras historias, preocupaciones, problemas, para conversar sobre cómo salir adelante y hacer que el asunto valiera la pena ser vivido. Qué manera de generar hermandad. ¡Te quiero Gustavo!, tal como te lo dije en el vídeo que te mandé hace dos días atrás. ¡Te quiero y esto va a pasar!, así te dije, y bueno, pasó, pero no como esperaba, sino que como Dios quiso, por qué no tengo idea, pero por algo habrá sido. Quizás es hora de producir algo más grande desde el cielo, quizás te necesitan de Cocciante para reírse un rato y romper algunas cosas. Quien sabe… tal vez tus amigos que están allá ya no se aguantaban sin ti, así como ahora acá no sabemos bien cómo se sigue sin ti en el mapa.
 
Gustavo, amigo querido, compañero de estos años. Gracias por tu amistad y tu amor. No olvido cuando me abrazabas apretado y con tus ojos profundos me decías cuánto me querías, con la emoción en tu mirada. Es recíproco y lo sabes, donde quiera que estés lo sabes. Te voy a echar de menos Gustavo, y nuestros proyectos quedarán ahí hasta nuevo aviso. Te mando mi amor para ti y tu familia; pronto nos encontraremos donde Dios lo decida amigo querido.
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Una nueva dieta

Los consejos para cuidar nuestra imagen inundan las redes sociales y la publicidad en internet. Hay tantas como uno pueda imaginar, desde pastillas mágicas, dietas infalibles o planes de ejercicio. Es cierto, la obesidad se ha vuelto una pandemia y un drama de salud pública, y combatirla es una misión necesaria. Sin embargo, este tema me ha tenido pensando sobre cómo es nuestra dieta más allá de la alimentación física.
 
“Somos lo que comemos” es una frase que me hace pleno sentido, no obstante, esto no se trata solo de comida para el cuerpo, sino que también del alimento espiritual. Finalmente, “no solo de pan vive el hombre”.
 
Muchas personas basan su dieta en los éxitos materiales, económicos, sociales o incluso publicitarios, por medio de la promoción de una vida irreal y fraudulenta, lo veo, lo he visto y también alguna vez lo viví. Esto lleva a que podamos tener una imagen que mostrar y que pueda hacer pensar a todos los demás (incluso a nosotros mismos) de que nos encontramos saludables y disfrutando de una vida “perfecta”, cuando verdaderamente nos encontramos en una anemia profunda en nuestro interior.
 
Así como antes disfrutábamos de una alimentación a base de real alimento (cuando digo real me refiero a frutas, verduras, carnes, y productos menos procesados y manipulados que aquello que vemos hoy), en la actualidad lo que vemos en las estanterías ya no son alimentos, sino que productos, marcas, colores, envases y publicidad. Todo procesado, todo con preservantes y elementos químicos que hacen que las cosas parezcan algo y tengan el saber de algo que verdaderamente no está ahí, no nutre ni existe.
 
Esta situación de mala alimentación también la hemos llevado a nuestra vida espiritual, comprando “comida chatarra” para el alma, y llenándonos de discursos fáciles y atractivos pero que no dejan nutriente en nosotros. Mensajes tales como: “Tú lo puedes todo”, “si te hace sentir bien, entonces está bien”, “no existen límites” y un largo etcétera de frases que se cuelan por todas partes en el día a día, y que nos dicen que el poder y el parámetro de medición somos nosotros mismos.
 
Pareciera ser que no hay más, que no hay otros, que no existen reglas de nada, porque finalmente todo es relativo y depende de lo que tú quieras y lo que te parezca. ¿Es realmente así?. Es cierto que vivimos la época de la posverdad, donde además el hedonismo y el antropocentrismo se han tomado todo. Ya no hay Dios ni orden, todo está en nosotros, todo lo podemos, todo lo queremos, todo lo cambiamos y todo puede cambiar, todo está bien según quien lo vea, y así suma y sigue. ¿cómo no vamos a estar en la época del vacío espiritual? ¿cómo no va ser un auge permanente la industria del bienestar si nos sentimos todos incompletos?
 
Necesitamos una nueva dieta, una que alimente de verdad, que nutra nuestro ser, que nos de la fuerza para el desafío diario de la vida. Es cierto que cada uno de nosotros es capaz de mucho, que podemos lograr nuevos desafíos, correr las barreras de lo que creemos posible. Es cierto que cuando nos enfocamos podemos cambiar la historia, que hay personas que marcan un antes y un después en la vida de muchos otros. Todo eso es verdad. Pero también es cierto que las preocupaciones y angustias de la vida no somos capaces de resolverlas totalmente solos, que si ponemos nuestro único foco en nosotros mismos nos perderemos de los demás, y sobre todo de buscar algo más grande que nuestra esencia y capacidades.
 
Alimentar nuestra espiritualidad no tiene que ver con un ritual de meditación, religioso en algún templo o de ejercicio físico. Tampoco es una mera reflexión filosófica. La espiritualidad se da en medio de una relación personal, pero entre tú y la fuerza creadora que está más allá ti mismo. ¿Cómo saber nuestro propósito si no sabemos de dónde venimos? ¿cómo plasmar nuestra misión si no entendemos para quién obramos?. Esas respuestas cuando vienen de nuestro ego y vanidad, nos ciegan, traen la fe hacia nosotros mismos y nos comenzamos a comer lentamente hasta que el vacío se hace mayor. Necesitamos a Dios, a una fuerza grande y poderosa que nos de sustento. No se equivoque con mi escrito. No necesitamos una religión ni un ritual, sino que necesitamos una relación con Dios. Una dieta nutritiva, porque nada nutre más que la fuente de agua viva, ni puede darnos más que quien es dueño de todo lo que se ha creado.
 
Quizás, no compartes mis palabras o tal vez sientes que esto es puro bla bla de los que quieren convertir gente. Yo te digo que ni uno ni lo otro. Por mucho tiempo trabajé para alimentar el ego, luego lo hice para buscar mi propósito pero me afané en mis logros, y haciendo conversado con miles de personas, y vivido una serie larga de experiencias personales, he palpado lo mala de esa dieta narcisa y hueca.
 
Camisetas con mensajes de auto-poder, charlas con mensajes de tú lo puedes todo, el éxito arriba de un auto de lujo, tazones con el signo peso para hacerte sentir “valiosa”. Estamos en un mundo perdido y, peor aún, que se pierde mientras jura a los cuatro vientos que hace lo correcto.
 
Que este lunes comience la nueva dieta, pero no la que se fija en el envoltorio, no aquella que te ayudará a verte más delgado y que el resto te diga “que bien te ves”. Sino que aquella dieta que llena, que sacia, que brinda tranquilidad, paz, claridad, sentido de misión, conexión con lo que tú no puedes controlar. Que sea una dieta que te sacie de una vez, que apague tu sed y acabe con tu hambre, dando fin a ese vacío que no has podido llenar con nada hasta ahora, por más que sigues buscando y probando fórmulas.
 
Te quiero invitar a una nueva dieta, una de verdad, una que realmente te ayude a lograr y mantener, y ese alimento no eres tú, ni es la persona que está a tu lado, ni las cosas que puedas lograr, ni los proyectos que logres emprender, ni el éxito social que consigas convocar. Esa dieta está en tu espiritualidad, que requiere conectarse con una fuente que realmente llene todo vacío.
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Cambiar primero

Todos sabemos que la vida cambia a cada momento, que el mundo gira más rápido que antes y nuestra realidad laboral, familiar, de amistades, desafíos profesionales y otros temas, siguen cambiando a una velocidad que la humanidad nunca vivió antes. También sabemos que “el cambio es permanente” y que aquellos que mejorar se adaptan al cambio son los que sobreviven. Seguramente hemos escuchado tanto sobre esta palabra que algunas veces es presentada como una oportunidad, pero en la mayoría como una bola de nieve que viene con toda la energía y amenaza con pasar por encima nuestro.
 
Cambiar es necesario, que duda cabe, pero ¿cambiar qué? ¿cambiar en qué dirección?. Pensar que cambiar por cambiar es buena es tan absurdo como aquellas organizaciones que consideran que todos deben ser líderes porque eso es bueno, como si fuera un ley o un “deber ser”.
 
Muchas veces las personas al cambiar comienzan a deshacerse de aquello que les hace bien, de los elementos que debían permanecer. Entonces el peligro del cambio es tirar a la basura aquello que nunca debe salir de nosotros y renovarlo simplemente porque “parece que es lo correcto”. Ahí radica la diferencia del cambio y la adaptación a los contextos sociales y nuestros valores. Existen aquellas personas que depende dónde van y con quienes se reúnen para cambiar sus opiniones, posturas políticas, religiosas, laborales, sociales, sexuales, etc. El asunto pareciera ser, en ellos, el ser aceptados. También están quienes se quedan en el otro extremo, sin disposición a cambiar nada, argumentando que “si al resto le gusta bien y si no es problema de los demás”. En cualquiera de estos casos caeríamos en posturas que dificultarán nuestra forma de adaptarnos, sobrevivir y poder vislumbrar mejores soluciones a los temas de nuestra vida.
 
Cambiar es algo que ocurre en nuestro cuerpo todo el tiempo, las células mueren y otras aparecen. Nuestros gustos van cambiando, nuestras metas de vida, los lugares en que vivimos, los sitios que frecuentamos, las personas con que trabajamos o los desafíos personales que nos fijamos, todo va cambiando con el tiempo, pero estamos reaccionando a los cambios del contexto, o somos nosotros quienes empujamos ese cambio en nuestra propia vida.
 
Hay una frase que me encanta de Peter Drucker: “La mejor forma de predecir el futuro es crearlo”. Lo mismo ocurre con nosotros como personas. Entonces, antes que el cambio nos pille por sorpresa, antes que esa bola de nieve nos pase por encima y tangamos que cambiar como una reacción desesperada en búsqueda de nuestra propia sobrevivencia (de cualquier tipo, social, económica, familiar, laboral, etc), puede ser mejor que nos tomemos un instante para pensar ¿qué de nosotros queremos cambiar y qué queremos que permanezca? ¿cómo trabajaremos en nosotros mismos para cambiar aquello que debe ser renovado, extirpado o potenciado?.
 
Cambiar primero nos permite innovar en las organizaciones y los mercados, pero ¿lo aplicamos en nuestra vida personal? y si antes que todo el resto cambie cambiamos nosotros mismos ¿qué pasaría? ¿qué cambiaría?.
 
Recuerdo cuando era niño escuché varias veces el consejo típico frente a una pelea: “el que pega primero gana”. La vida me ha enseñado que eso no siempre es así, pero cambiar primero podría ser de ayuda. Es cierto que ser el que siempre cambia primero tiene un costo, pero probablemente el costo mayor se lo lleva quien nunca cambia a tiempo.
 
Recuerda, antes de cambiar asegúrate que no estarás botando aquello bueno que hay en ti. La innovación personal requiere tener claro aquello que se conserva, que no cambia, que no muta. Para luego decidir lo que sí queremos mejorar, potenciar y cambiar en nosotros mismos. Pero ten presente, que cambiar primero puede ser una forma de cambiar mejor.
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Donde calienta el sol

Cada vez que escucho o recuerdo la frase “donde calienta el sol” me recuerdo de la canción de Luis Miguel en que decía que cuando calienta el sol le pasaban tantas cosas, ya sea por el pelo, por los besos o por cualquier cosa, o todas ellas juntas. Digo esto como un chiste que me recuerda a tanta gente que toman sus decisiones, eligen los lugares, amistades, trabajos, etc, pensando en que les “caliente el sol”.
 
Hace más de doce años atrás recuerdo que era una de esas personas. Que tomaba decisiones pensando en dónde podría recibir más calor, más luz, más sensaciones de satisfacción. Sin pensar si era bueno o malo, prudente o no, si yo estaba verdaderamente preparado para tomar algún desafío o posición, o incluso si era realmente ético hacer lo que estaba realizando. No me preguntaba nada, total lo importante era otra cosa: estar, aparecer, aparentar, que el resto me viera. ¡Cuenta insensatez!
 
Es cierto que uno va aprendiendo algunas lecciones a lo largo de los años. Las caídas ayudan, las decepciones van pavimentando una comprensión más afinada de las cosas. Sin embargo, desde ese recorrido personal hoy veo todas las semanas, una y otra vez, personas que actúan con ese principio, que es el que hace que todo sea relativo, que todo sea subjetivo, y que por lo tanto todo pueda cambiar de la noche a la mañana. Que los polos opuestos se puedan convertir en una sola cosa, que los enemigos se vuelvan socios, que los íntimos amigos de la vida se conviertan en enemigos, que lo que en la mañana escribimos con la mano en la tarde lo borremos con el codo, siempre y cuando borrarlo se convierta en algo útil para recibir más rayitos del sol.
 
Finalmente, quien no sabe lo que es ni lo que quiere, o tal vez mejor, tiene claro lo poco que sabe y lo nada que tiene, entiende que “quien a buen árbol se arrima, buena sombra lo cobija”, y si ese techo es hipócrita pareciera dar lo mismo con tal de tenerlo.
 
En un mundo donde mucha gente no ha aprendido a separar valor y precio, se ha vuelto todo una mercancía tranzable, no hay ideología íntegra, ni comportamiento consecuente, solo pareciera existir lo que conviene y lo que no.
 
Personalmente creo que el proceso de madurez y crecimiento personal real, no está en nuestra habilidad de encontrar el lugar donde nos pegue más luz del sol, sino que es la capacidad de dar luz en los rincones donde no hay, en las misiones que no son “convenientes” pero son verdaderamente necesarias y merecen ser hechas. Actuar para recibir versus hacer lo que se debe hacer, tiene una gran diferencia, no solo en el interés que se pone, sino en el propósito que se cumple. Cuando todo es para ti mismo, entonces la misión se convierte en merca vanidad, sin embargo cuando se trabaja por un principio más grande, más allá de la foto, más allá de la recompensa o lo que sea, entonces la cosa toma otro color, y el sol se va a nuestro interior y nos convertimos en parte de él. Ahí ya no será necesario buscar ese calor afuera, sino saber elegir bien el lugar donde vamos a compartir noblemente el sol que llevamos en nuestro interior.
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Liderar nuestro interior

Mucho se habla del liderazgo, tanto en las organizaciones, la vida personal, el contexto político, etc. Si fuéramos a una librería y pidiéramos ver lo que tienen en esta temática veríamos que la cantidad de publicaciones es enorme y además sigue creciendo cada año. Pareciera ser que el liderazgo es de esos temas que nos convoca, ya sea porque entendemos que es necesario para la vida, o bien porque sentimos que falta mucho en las personas. Independiente la razón este término tan utilizado suele llevarnos a pensar en ciertos modelos que quizás no son realmente el liderazgo que necesitamos.
 
Una de las cosas que me llama la atención en el trabajo que realizo como coach y formador de personas, es la constante búsqueda de desarrollar habilidades de liderazgo, de aquellas que permiten a las personas conducir mejor a los demás. Usualmente el liderazgo ha estado puesto hacia fuera, en el impacto que se tiene sobre otros, la capacidad de persuadir, de guiar, inspirar y motivar a ciertos comportamientos esperados.
 
Es cierto que, al menos en el mundo del trabajo, los jefes sobran y los líderes son escasos. Sin embargo, me parece que también es cierto que tanto los unos como los otros, están enfocados más hacia afuera que hacia dentro. ¿Cómo puedo liderar a los otros si no he logrado liderarme a mí mismo? ¿de qué manera puedo inspirar si lo que hago no me inspira? ¿cómo puedo solicitar claridad y liderazgo, si no he sido capaz ni de controlar mis más básicos impulsos?. Desde hace algunos años que se viene hablando (y estudiando) sobre la relación y necesidad de que los líderes puedan cultivarse internamente, y todo esto porque se entiende que un mejor líder es, en primera instancia, una mejor persona.
 
Pero cuando digo “una mejor persona” ¿a qué me refiero?, a una persona más integra, coherente internamente, capaz de gestionar sus impulsos y emociones para ponerlas al servicio de un propósito (ojo, no de un resultado, sino que de un propósito), contagiando sentido, una mirada clara sobre un horizonte al que los demás también se quieren unir.
 
Es por eso que si quieres ser un mejor líder, si buscas formar a los líderes de tu organización, o simplemente deseas lograr esas cualidades que quizás te interesaría incorporar en tu vida, ten presente que lo primero es liderar nuestro interior, y eso quiere decir que debemos comenzar por conocernos, aceptarnos, mejorar continuamente, ser más coherentes en nuestra vida, más íntegros en nuestro actuar. Ser líderes reales significa crecer, evolucionar y no a ojos de otros, sino que en primera instancia en la evaluación íntima y profunda de nuestro ser interior. Si ese es el camino necesario, ojalá todos trabajáramos para ser reales líderes.